30 de mayo de 2009

Barrotes indistintos

¿Cómo deberíamos de ver con estos ojos acaso externos las medidas del juicio moral colectivo? ¿Cómo ha de seguirse entendiendo la aplicación ciega e inexorable de la justicia? ¿Y las relatividades de un comportamiento ante el encierro indefinido? ¿Qué hay de las leyes vitales a veces respetadas? Pablo Trapero quizás retuvo algunas preguntas básicas como éstas antes de planear su certero filme Leonera, una producción argentina que provocó notorias críticas dado su alto contenido ético.
Julia Zarate es una vulnerable estudiante universitaria que trabaja y vive junto a su novio Nahuel. Una mañana Julia despierta manchada en sangre, con el cadáver de Nahuel en el departamento, y con el cuerpo herido del amante de este último, Ramiro. A raíz de este crimen, del que se desconoce el autor, ambos son encerrados dados los testimonios incongruentes y contradictorios que manifiestan ante la policia. La mirada atenta del espectador se pierde de pronto en medio de la tragedia de Julia, que es narrada por imágenes casi silenciosas en una linealidad envolvente y mortificante.
Julia es joven, silenciosa y vulnerable, y se ve más vulnerada que nunca al hallarse en cinta tras haber ingresado en prisión. En medio de una situación degradante entre su novio y el recién llegado amante, sumando el abandono de su madre cuando era muy pequeña, Julia se sume en la aparatosa disgregación de un animalillo emparentado con su tragedia y con los dolores iniciáticos de un hijo que no desea y al que golpea transmitiéndole su desdicha. Y es que tal vez no me equivoque, pues eso habrá de verse en lo que resta (o quizás desde que inician las imágenes): animalillos ensimismados y animalillos enfurecidos.
La metamorfosis parece no haberse planificado o acordado entre el lente límpido del director con el espectador, o entre los mismos movimientos de los intérpretes. Existe en la película una sensación de asfixia y de monotonía, como si la máscara embaucadora se hubiera instalado en el rostro de este mundo representado y, más aún, como si en el fondo ya existiera esta pared hermética de ahogo emocional. Empezar con este cuadro del rostro desencajado de Julia, maquillaje corrido y sangre en sus pómulos, después de oir el delicado y cuestionante tema infantil de los créditos es para respirar y decir: "esto es una jaula visual, sin duda". O el hecho nada remoto de la parsimonia de Julia ante las barricadas de libros en sus estantes, donde trabaja, o el letargo frente al vidrio húmedo del bus; qué más decir, un anticipo en la cotidianidad atosigadora misma.

Es un recurso permanente y agobiante el de apreciar a Julia en una interrogatorio común y repetitivo; el repetir y repetir su nombre y apellido, nombre de la madre, nombre del padre, y, con su advenimiento, el nombre del heredero de su desventura, Tomás. La protagonista no actúa con la libertad del novio aquel, ahora desaparecido: sigue unida a la insaciable voracidad de la ley, el elemento opaco que la controla (los controla) y la sume en la agonía de transmitir su desecha integridad con la fiereza de una leona. Y es así como apreciamos a estas insospechadas criaturas dentro de estos fronterizos espacios tras los barrotes. Leonas en una leonera donde o se duerme o se afronta.
Trapero no añade un patrón de crítica o algún tinte de sobreestimación con sus personajes. No existe un resquicio de enjuciamiento, no degrada las escalas de supervivencia en esta naturaleza limitada; simplemente se es, humano o animal, la ambivalencia es el concepto a contrastar, y si no, a disfrutar.
Logran espectarse escenas breves, lúcidas y enfáticas, en un torrente frenético donde el factor femenino no abandona el eje central: la desesperación, el tedio, la furia incontrolada; el "fuego" en esas pieles curtidas y rasgadas a navajazos; la sensación positivista de hallarse ante colores casi industriales y frios, en donde la calidez de gamas nunca habrá de identificar a este ambiente único de la penitenciaría como el lugar donde madres y niños podrán aparentarnos su alegría multicolor. Leonera no es una sumatoria visual de los límites del encierro, sino el encierro mismo no-visualizado en la vida cotidiana.
El elemento lúdico de la vida sujeta a la norma y a la convención están presentes también en el notable trabajo de fotografía. El del pequeño "cachorro" (Tomás) trepando y jugueteando en los barrotes mientras su carcelario lo mece resulta un juego recíproco de conceptos donde humanidad-animalidad-conflicto se dan la mano meritoriamente, en tanto imagen.

Apoyado en la actuación y desenvolvimiento de Martina Gusmán, y con una labor fotográfica aceptable, Trapero entrega una cinta inusual y contundente, con ideas enhiestas pero entregadas con una convicción enunciacitiva, y no de afirmación moral incisiva. Leonera llega al espectador sin la impulsividad de Carandirú o la sofisticación dolorida de El beso de la mujer araña (ambos filmes carcelarios de Héctor Babenco), Leonera usa como artificio la depuración sintomática de la imagen (no la palabra) para arremolinar las conclusiones del espectador, y recibir como retribución el aislamiento del juicio de la protagonista, con el resultado confuso de si tal vez se podrá prescindir de más de un personaje, o para comprender si realmente el sueño de la tirana sinrazón genera monstruos.

[Nota] La película puede ser vista completa en la siguiente página. Para los interesados en apreciar el trailer de la película, hacer clic aquí.

25 de mayo de 2009

Ese vagar sin rumbo por nuestra MAYÚSCULA AMÉRICA

"El hombre en nueve meses de su vida puede pensar en muchas cosas que van de la más elevada especulación filosófica al rastrero anhelo de un plato de sopa."
Es ésta sólo una minucia de muchas afirmaciones que me encontré con emoción al leer de modo pausado el texto Ernesto Che Guevara. Mi primer gran viaje, un libro de memorias, llámesele más oportunamente diario, en el cual este personaje, ahora consagrado en la nueva historia de América Látina, ha impregnado sensaciones vivas de ésas que nos invaden durante la juventud y en adelante. Y es que se puede ser joven más de lo previsto si no cercenamos estas actitudes y concepciones que, mal no está afirmar, nos hacen inmortales ante el perenne proceder histórico.
Me ha sido de un gran placer decodificar estas vivencias de meses como un extenso itinerario submarino de Julius Verne o como una sagrada épopeya india, obvio, sin querer menospreciar toda expresión corolaria humana. Estas notas de viaje ayudan a comprender una mentalidad en formación de modo paulatino, aquel vínculo cultural obligado que desea mostrar Ernesto mediante experiencias continuas, el abandono de un entorno, el ingreso a otro adverso, cruel por donde se quiera interpretar, y que intentará asimilar y registrar para en un futuro aplicar y teorizar como hombre de hechos y de sensibilidad. Es esto lo primero que podríamos inferir de tanta confesión y desahogo, pues es notorio que ante un viaje de ocho meses, en compañía de un incondicional y apoyado fundamentalmente de una problemática y fiel motocicleta, la necesidad calaría también en este personaje allegado cada vez más a dolores y carencias universales.
Es necesario explicar la familiaridad que uno entabla con el texto, pues en las cualidades del diario y en la coloquialidad del autor uno halla una suerte de ADHESIÓN a las palabras, inundantes, atrayentes en cada línea: en conjunción, una puerta desconocida que guarda recuerdos de nuestras insospechadas debilidades de seres humanos en medio de la barbarie detonante llamada REALIDAD. Es quizás el valor agregado que rodea a este texto, el calor que no mengua ninguna de las confesiones y hasta chiquilladas a las que incurrían Ernesto y, sobretodo su compañero de viaje y gran amigo, Alberto Granado, con el objetivo de escapar de una situación de hambruna. Leo con simpatía en los inicios del Diario:
"El pan tenía un sabor de advertencia: “Dentro de poco te costará comerme, viejo”. Y lo tragábamos con más gana; como los camellos, queríamos hacer acopio para lo que viniera."
Es notoria la urgencia de reconocimiento que muestra cada capítulo del diario, copiosamente amalgamado de personajes anónimos en cada ciudad recorrida, cuyo registro abocó ocho meses de impudicias y galanteos juveniles por tierras variopintas de Sudamérica, desventuras y caídas por las carreteras desgastadas del populoso subcontinente de los cincuentas que ofreció durantes largas semanas de penurias y friajes la promesa de aprendizaje para estos dos estudiantes practicantes, henchidos de ideas políticas de izquierda. Destacan de tal modo, con gustoso compromiso por parte del autor, estas ansias de reconocimiento del que entra en las insondables limitaciones de la adultez, y más aún, enfrentándose a la renovada experiencia de asumir tierras baldías y misérrimas como las propias.

La primera parte del libro es una sabrosa descripción de esta reciente experiencia para un hombre apenas llegado a los a los 22 años y que de pronto necesita reconocerse o ubicarse en aquella alteridad de la que el hombre contemporáneo huye. Ernesto aprecia el dolor del hombre andino, el rostro anónimo del enfermo, del leproso, del necesitado, del ser humano per se como en un espejo: siempre requerimos de ver algo en nosotros, algo que está lejos de nuestras manos, pero muy cerca del otro. En este tipo de especulaciones se zambuye para expresarlo en doscientas páginas de reflexiones y reflexiones. Ciertamente este hombre, que luego pasaría a confrontar batallas más frontales con la hostil realidad, no sólo se sumergía en sus elucubraciones sin extrapolar lo que él percibía del resto. El Che contrastó sus ideas haciendo también de este viaje un recorrido por los idearios histórico-políticos de muchos hombres que, como él hizo posteriormente, emplearon también la tinta y el papel como un medio de lucha. Un caso ejemplar, además de la conocida influencia que tuvieron sobre él las ideas de José Carlos Mariátegui, es la paráfrasis que hace del Inca Garcilaso intentando alimentar a sus itinerarios transcritos de una explicación subordinada al saber antiguo del escencial cronista:

"Al llegar los españoles como conquistadores a la región, trataron inmediatamente de extirpar esa creencia y destruir el rito [el de ofrendar el indio una piedra símbolo de sus penurías a la Pachamama], con resultados nulos; los frailes decidieron entonces “correrlos para el lado que disparan” y pusieron una cruz en la punta de la pirámide. Esto sucedió hace cuatro siglos (ya lo narra Garcilaso de la Vega), y a juzgar por el número de indios que se persignaron, no fue mucho lo que ganaron los religiosos. El adelanto de los medios de transporte ha hecho que los fieles reemplacen la piedra por el escupitajo de coca, donde sus penas adheridas van a quedarse con la Pachamama."

Tan igual como esta expresión, el Che demuestra un gran cariño por el Perú durantes estas andanzas, en específico durante los meses de marzo hasta junio antes de partir a Colombia y Venezuela en donde concluirían sus primeras peripecias por el continente. Queda, de igual modo, una gran insistencia en relación a la situación de explotación del hombre andino rural. Dice en el capítulo Tarata, el mundo nuevo:

"A las cinco de la tarde nos paramos a descansar, mientras observamos indiferentemente la silueta de un camión que se va acercando; como siempre, se dedicará al transporte del ganado humano, que es el negocio que más da. [...] Los personajes, ataviados en la misma forma original que los del camión, están ahora en su escenario natural; visten un ponchito de lana ordinaria, de colores tristes, un pantalón ajustado que sólo llega a media pierna y unas ojotas de cáñamo o cubierta vieja de automóvil. [...] Sus miradas son mansas, casi temerosas y completamente indiferentes al mundo externo. Dan algunos la impresión de que viven porque eso es una constumbre que no se pueden quitar de encima."

Sus descripciones en el capítulo posterior llamado Cuzco a secas culminan de la manera en que líneas antes describen al mismo indio que padece y que, a pesar de insertarse en un medio social de tipo local, igual padece y resiste:

"Las facciones semiindígenas del encargado y sus ojos brillantes de entusiasmo y de fe en el porvenir es otra de las piezas del museo, pero de un museo vivo, mostrando una raza que aún lucha por su individualidad."

Es indispensable recurrir a este fuente inicial dentro de la obra intelectual del Che Guevara si se desea emprender una lúcida y ordenada ruta por los subterfugios de su pensamiento a lo largo de su activa vida política, además de poder así hallar las razones y los alicientes que fueron motivando su futuro vínculo con las ideas reivindicativas del siglo XIX y XX, y por qué en la actualidad se le considera un personaje emblemático de éstas. Es obvio que todo lo plasmado aquí conlleva, en lo personal, a una segunda revisión de estos textos juveniles, y a reanudar el análisis de mayor bibliografía relacionada directamente con el autor de interés. Autor lo suficientemente consecuente, claro, para ser debatido como portador de ideas políticas y como actor de cambio y de ejecución; algo que no se realizó en esta reseña por no tener entre las manos un testimonio de su autoría lo sustancialmente consolidado.

Quien redacta todo esto se abocará a la labor de revisar con mayor tesón la bibliografía antes mencionada para retomar este tema que, bien deseo que quede aseverado y entendido, conviene detallar por no solamente tratarse de un ente propulsor de ideas equitativas, sino por tratarse de un consecuente actor con miras de renovación y sensibilidad en nuestra desgastada América Latina.

24 de mayo de 2009

Un gato enfermizo y un llanto nunca colmados

Sobre las cosas que guardo por decir acerca de la novela gráfica como género, tal vez sea todo muy mínimo debido a mi poco acercamiento a ésta, es que si bien contamos en el exterior con un manejo avasallador de las imágenes y la explotación publicitaria del arte de las viñetas, igual es algo que tardaría en consolidar por tratarse, a mi parecer, de una opinión más especializada. Acaso por la relación con las técnicas narrativas muy bien explotadas en la literatura o el cine sucederá que con El asco, novela gráfica de Diego Agrimbau y Dante Ginevra, habré de referir a muchos recursos concatenados de otras artes y que vengo advirtiendo también de otros trabajos de este tipo. Si bien en su manejo estructural de la viñeta y en los encuadres habrá de parecer un cómic estandarizado, sucede que esta historia entra en los cánones de la nueva forma de hacer historieta, acercándose a los parámetros temáticos (no los formales) renovados por el cómic underground; tanto el tratamiento de los personajes como las secuencias altamente psicológicas llevadas a un apogeo por el flash back dan cuenta de una seria inserción en el realismo de vanguardia.
El asco narra la vida aletargada de Daniel, un hombre llegado a los 29 años, con una alteración física y emocional producto de un accidente. Su vida de estudiante de Bioquímica se detiene tras quedar rengo. Continúa viviendo solo en un lugar apartado de su familia, sin concebir un plan determinado deja pasar los días y las horas en una rutina desconcertante, hasta que conoce a una chica que quizás posea tremenda desdicha que él carga sobre los hombros.
Esta percepción de atlante desasosegado se hace visible cuando Daniel desea asistir en todo mínimo obstáculo que envuelva a Natalia, la vecina ciega que quizás lleva la misma rutina que él, sin emabrgo se da de bruces con la independencia que ella expresa y por la que de pronto nacerá el asco, el rostro de indeferencia de ella sumado a su propia agonía de multiplicar los dolores como una colección de males fulminantes. Daniel refiere a una terrible angustia que le aprisiona aún cuando por un intento de automotivación decide sortear desventajas y acercársele, a lo que ella responde con mejores ánimos, acaso por la notable soledad que la invade. Es así que ambos deciden conocerse con el sombrío tacto que pueden aplicar, ella por ser invidente, él por la autodestrucción de sus numerosas conmiseraciones. Será la prontitud de sus necesidades que hará vislumbrar nuevas actitudes en los dos, y de nuevo el asco aparecerá, pero no será el mismo angustioso agotamiento.
Nos encontramos con una historia sobre las asperezas de la forzada idealización, la falaz personificación de ella y la búsqueda desalentadora de la autenticidad. Los personajes de esta novela no son lindos, como se autodefine Daniel en sus primeros tímidos filrtreos, y terminamos creyéndole: los personajes son más bien naturales, rudos, elaborados con un toque de presión orgiástica, son obsesivos y su autorepulsión los hace acercarse y amarse, desde este dueto principal llevado por la discapacidad de confrontar el mundo a sus anchas, hasta los elementos que le rodean. Como Rotundo, el gato enclenque que merodea la quinta argentina que es ambiente de recreación, éstos urgen de un lugar calentito donde guarecerse, quizás de sus temores mismos. Los creadores lo afirman en relación al protagonista: "Daniel está cruzando una calle. Una ruta. Una mirada. Teme. Huye. Llora. La desgracia es una cápsula donde ha encontrado un refugio indigno pero cálido. Su obsesión es la única fuerza que lo impulsa para moverse, para avanzar, para comenzar a caminar nuevamente hacia alguna parte. Es entonces cuando decide cruzar la calle por primera vez."
El llanto resulta entonces la materialización de aquella diferencia o contraste emocional, las dos mismas tragedias a fin de cuentas, pero distintas batallas a pesar de los intentos unitarios. Un llanto que le viene sin razón al ver a una mujer tan bella después de dormir con ella, pero que igual resulta eso: una desdichada más en el trastabillante eco de la noche, otro gato enfermizo maniatado y que no halla el calor verdadero para iniciar los primeros pasos seguros. El llanto, hasta el final de los tiempos prósperos nunca habrá de colmarse.
Realizada en unas gamas suculentas a la vista (dando la impresión de una retrovisión urbano-realista) y con unos personajes de notoria raigambre psicológica, El asco es una historia, por todo lo dicho, atrayente y sofisticada en imágenes cotidianas y anímicas, que la hacen una lectura que valdrá la pena tomar en consideración, si es que se desea ampliar nociones más puntuales sobre el actual rumbo de la historieta en América Latina.

3 de mayo de 2009

La añorada ingravidez

Con su última publicación Salman Rushdie retoma las sendas temáticas en conflicto y retrata un tiempo y espacio históricos para hablarnos de algo comúnmente visto: el confrontamiento ideológico y la búsqueda de espacio de realización. Este último trabajo, La encantadora de Florencia, maneja los códigos de una Europa que aún comienza en su expansión por los territorios indios, allí donde el contacto todavía no ha tocado fondo.
De similares ambiciones consta su anterior libro de cuentos Oriente, Occidente, acaso la publicación más variopinta y diversa que ha otorgado a sus lectores, en tanto que enfatiza los temas e íconos con que nos tiene acostumbrados y deleitados desde sus inicios en la escritura. Para esto se parte de la estructura del libro, dividida en tres, y en la cual los cuentos se hallan separados por la intensidad de sus contenidos, en tales casos, los mundos por representar y comprender que son Oriente y Occidente, y finalmente el contacto entre ambos.
Rushdie, en el recorrido interesante por los nueve cuentos que conforman el texto, traza historias con un horizonte claro (puede haber talvez muerte o destrucción, pero no tragedia; para ello qué más tragedia que la vida). Los personajes implicados en sus relatos son receptores de códigos morales y religiosos, individuos que intentan sobrevivir también, cada uno en el cosmos que le ha tocado sobrellevar y del cual, en algunos casos, no logra huir. Del lado de Oriente, un relato interesante es "Un consejo es más raro que un rubí", en el cual un sujeto marginal escapa día a día de la pobreza embaucando a mujeres desesperadas por salir del país con un permiso del consulado. Como contraste en la historia aparecerá una mujer maltratada por las tradiciones, pero muy paciente ante las circunstancias. Este hombre entrado en años caerá ante los encantos de esta elegante mujer.
Como explicaba, Rushdie acostumbra a mostrar en sus historias la tenue fiabilidad en el horizonte añorado. En sus novelas más amplias y polémicas (que serán tema de análisis en otras reseñas) existen paradigmas que retoma y desenvuelve con distintos manejos, sin llegar a lo ensayístico. Y es que es notoria su necesidad por emplear un lenguaje decoroso y hasta barroco por la minuciosidad de lo expuesto, pero sin intentar brindar alternativas de escape o auxiliar a sus personajes. Rushdie, en tal caso, abusa del ojo omnisciente, pero en el grado de mirarlo todo exploratoriamente.
Su novela Los Versos satánicos expone un desarraigo inapelable en los personajes; uno de ellos, Saladim Chamchawala, huye de su padre pues no logró adaptarse al lugar del que procede y porque la dominación de él le aberra tremendamente. Este desarraigo por la autoridad inexorable es la que marca el rumbo del Oriente, pero no en todos los casos arbitrariamente. Otro de los relatos (quizás el mejor de todo el conjunto) tiene como título "El pelo del profeta", y narra la anécdota de un prestamista correcto y tolerante que un día hallará en un lago cercano a su residencia un cilindro de cristal conteniendo el pelo conservado del profeta Mahoma, reliquia que acababa de ser robada de un Templo y la cual pretenderá conservar en secreto dentro de su colección de objetos, sin considerar los estragos psicológicos y físicos que éste provocará en él.
Todavía llevado por los recursos narrativos del realismo mágico, Rushdie inquieta con historias asombrosas dentro de la iconología de cada cultura, con la salvedad de emplear este lenguaje tan nutrido con el fin de mostrar la posición del sujeto receptor que sólo busca prevalecer y definir su status de ser con privilegios o con poder de adquisición. En definitiva, el mismo ser humano actual en el conflictivo medio social actual.
Tal sería el caso de Occidente y el relato "En la subasta de las zapatillas rubíes", donde emplea un conocimiento mínimamente estándar para demostrar, sin muchos paliativos verbales, la condición de necesidad o urgencia por poseer un inalcanzable medio de retroceso o de evacuación; como las zapatillas de rubí que sacaron a Dorothy y a Toto de Kansas, obtener la añorada ingravidez que nos fue negada para ir detrás de lo que, errando y errando, nunca conseguimos antes.
El autor fuerza el bolígrafo tal vez para que los textos no resulten demasiado enunciados, demasiado detallados, sin atisbos de solución ni de tragedia. Ése, creo yo, que es su indubitable mérito, entregar una historia picante y pujante en íconos mentales durante los minutos que dure la lectura sin invadir el terreno de lo prosaicamente explosivo. De igual modo ayudaría a entender la viabilidad con que explaya el tema de la presión social y cultural de Oriente (la india, específicamente) mostrando las conjeturas y diálogos de dos compañeros espías que actúan y se comunican con el vocabulario galáctico de Star Trek ("Chekov y Zulú"), sorteando indirectamente por las sinuosidades de una sociedad musulmana de códigos marcados por el proceder disociado y ajeno.
Cuales sean las interpretaciones dirigidas hacia la obra de Salman Rushdie, resulta necesario valorar el universo tratado de modo ampuloso en la medida de que los recursos empleados (el humor negro, la iconicidad, lo alucinógeno en la narración, la onomatopeya suprarreal, el erotismo desenfadado) son una suma de puentes por medio de los que el resultado no desea ser definitivo ni insuperablemente acertado, sino una propuesta o visión más, un horizonte de supervivencia y desahogo, considéresele moral o no. La elección de los lectores nunca deberá ser unitaria.
[Nota] Para todos los interesados, se puede descargar el libro completo en archivo *doc aquí. Más detalles sobre su última novela, La encantadora de Florencia, en La Vanguardia.