24 de febrero de 2009

Flores y muerte, pero igual flores

Las creaciones del nipón Takeshi Kitano sí que son una sutileza de metáforas y de conexiones asombrosas. Es alentador, por ello, rememorar cada brevedad dicha de su personaje más conflictivo e interesante dentro de su filmografía -el agente Nishi-, ya que entonces se atenúan los motivos para intrigarse y entregarse también al placer casi sombrío dentro su obra posterior. Hana-bi (Flores de fuego) es un filme como pocos. Se erige como un antecedente necesario para comprender los planteamientos de sus otras películas, las cuales quizás versan tan ampulosamente sobre los mismos temas: la soledad y la dificultad de evadir el individualismo en la gozosa y ruda existencia. Ver una película como éstas es, irremediablemte, someterse a la contemplatividad de un hayku -el cual acaso se homenajea acaso se menciona socarronamente- o a los segundos espasmódicos dentro de un entorno primaveral casi de plastilina. Abundantes minimalismos como recursos de alta tensión.
Flores de fuego nos narra la vida turbulenta de una Tokyo azul y casi helada, fria, habitada por personajes que modifican sus rostros pero que no dejan de ser los mismos muñecos de difícil entendimiento (juguetes japoneses de complejidad mecánica, como se entiende en su posterior Dolls), una urbe donde aún deambulan los personajes del Kabuki, donde aún se presencian los conflictos pasionales del Noh: dioses, demonios, guerreros, unas batallas contemporáneas donde el desgarro es el cénit de estas piezas instrumentales que algo expresan. Adosada por la música del genial Joe Hisaishi, este filme nos traslada a las tribulaciones casi mudas de un agente de la policia que, afrontando aún el pesar por la pérdida de su hija, aprecia ahora también el letargo de un compañero de años parapléjico y abandonado por su familia, y el silencioso devenir de su propia esposa en la fase terminal de una enfermedad incurable.
Nishi (interpretado magníficamente por el mismo "Beat" Takeshi) es un personaje azaroso -mientras se le va conociendo más y más-, es un hombre que en alguna etapa de su vida fue un ser "pacífico", atado a la norma, y de valores muy bien impuestos; sin embargo el tedio fue mermando su cuadrado carácter hasta desatar en él una violencia ultimante. La esposa de este hombre, ahora muy enferma y al borde de la muerte, recibe sus deseos de aminorar su culpabilidad y dar cobijo a su antiguo idílio de manera muy distante, con un desequilibrio de quien no cede y arremete luego en una suerte de posibilidad involucionante. Así se rozan en la versátil geografía de un Japón que les espera en la huida.

Otro rasgo impecable es la calidad de "valor agregado" que da el director al papel del arte. Horibe -su compañero parapléjico- está decidido a emplear su tiempo en elaborar algo concreto que demuestre su trance a la independencia, pero sus ansias por momentos fallan; en sus dibujos no deja de demostrar su añoranza al mundo compartido, reverdesciente, lleno de gamas y pétalos de cerezo envolviéndolo todo. Empieza a concebir el mundo como antes un policia varón lleno de superficialidades nunca lo había apreciado: abundante en flores y lluvias redentoras. Su primer intento de suicidio no fue sublimado, por lo que intentó guarecerse mucho más en aquellas maromas estéticas que en algún momento habrán de decirle algo. Es asombroso el mimetismo de este ser al involucrarse en el hecho de la autorrepresentación: una muestra de ello es su dibujo impresionista del samurai con la espada clavada en la tierra, descansando ante una lluvia de cerezos en flor a plena luz de abril.
El recurso de hacer diverger la imagen del texto en una sincronización alterada ayuda al director a extraer del receptor una expiración distinta por cada narración o bien oída o bien visualizada. Es por ello que no será lo mismo apreciar a Nishi impertérrito frente al teléfono o, de otro modo, oir la noticia del intento de suicidio de Horibe de modo distanciado. Obligatoriamente, por aquella tendencia a la no-monotonía de lo narrado, Kitano sobresaldrá al engendrar primeros planos con una lúcida y ruda estática.
Kitano es favorecido por el espectador al conectar sensaciones que irradian pesar y decisión a la vez. Horibe, ya discapacitado, observa el mar al lado de su compañero Nishi y afirma: "Incluso casada, la gente sólo piensa en sí misma". Nishi oye conmovido. Una esposa lo espera con menos días por intentar redescubrir el romance roto, y a su lado, un hombre trata de disimular la autodestrucción. ¿No es él quien acaso rompe el ciclo larvario del marido en fracaso buscando pensar en algo que apenas da signos de vida? El personaje deberá, hasta en la proyección más fatalista, pensar igual en los demás. Frente al mar, con una suculenta sensación de amor tributante, esperará a percibir algunas leves palabras de agradecimiento.

17 de febrero de 2009

Para Ramón: un esperpento


"A la vuelta de la esquina
te seguirá esperando vanamente
ese que no fuiste, ese que murió
de tanto ser tú mismo lo que eres."
Álvaro Mutis

6 de febrero de 2009

Cosas que hacer antes de morir

Cuando aprecié hace algunos meses el conjunto de cortos Paris Je t’aime y, en específico, aquel con el cual Isabel Coixet contribuyó en este homenaje a Paris, quedé satisfecho sin más ni más. Aquella historia bien hecha sobre un matrimonio disfuncional que resurge ante las urgencias de una enfermedad terminal no redundó en diversos elementos para desgranar directamente el problema y sin ambages. Este corto, llamado Bastille debido al lugar donde se desenvuelve la escena, trae consigo una aplicación emocional y una ambientación que no exagera en sus recursos sino que compromete mucho a la reflexión. Es menester entonces extrapolar esta idea a una de sus otras películas que, en lo personal, me ha estremecido por su naturalidad y relevancia emotiva.
My life without me (en español Mi vida sin mí) es una de esas películas que no necesitan gritar a bocajarro el mensaje para atraernos magnéticamente al conflicto sobrellevado por el protagonista. En el filme, Ann (Sara Polley) es una común joven trabajadora que vive en una pequeña ciudad portuaria junto a su marido Don (Scott Speedman) y sus dos pequeñas hijas. La relación conflictiva con su madre y la carencia del padre, que se halla en la cárcel, son unas de las tantas pistas desperdigadas en un entorno de clase baja que no llama más la atención del espectador. ¿Cómo es que de pronto nuestra mirada se aguza? Pues justamente cuando la conducta de Ann de pronto encuentra un motivante para evaluar su vida en los últimos 23 años en que no manifestó ninguna gran catástrofe que le impidiera continuar de un modo normal su evolución como persona: el pronto e irreparable encuentro con la muerte.
Hasta allí no habrá más que ofrecer argumentalmente al espectador, si es que entendemos en la actualidad “argumento” como una serie de “sucesos grandilocuentes que el espectador espera sean narrados”. Como muchas propuestas de nuevo orden y naturaleza, Mi vida sin mí ofrece una visión de reflexiones y de hallazgos de un personaje abocado a sobrevivir pese a sus carencias, en un meollo frágil e inevitable de la-vida-para-la-muerte.

Existen escenas memorables y de gran refinamiento dentro de la película, partiendo de aquellas que nos relatan el trajín de una rutinaria Ann regresando en coche con su madre después de trabajar limpiando los ambientes de una universidad (a la que nunca ingresará), manteniendo frios diálogos con ella, recostándose luego en la cama junto a su desventurado y desempleado marido, quien toma con afán su pies para calentarlos con su propio aliento, o escenas aún más cálidas como la que nos acerca a su relación íntima y lúdica con sus dos pequeñas hijas. Todo aún sin develar las fatales inclinaciones que tomará el curso de la historia.

Cierto es que la actuación de Sara Polley es grandiosa por decir menos, afirmando su notoria empatía con el personaje de Ann envuelto en una serie de cavilaciones y planes para no desaprovechar ni un sólo minuto que le queda de aquellos dos meses que le ha dado por seguros el médico, y en los cuales desea agotar todas las posibilidades que estén al alcance de la mano, si es que éstas logran hacerle conseguir y descubrir unas nimiedades que, por pura necedad o crueldad por parte de la vida, no logró hacer como habría deseado:

COSAS QUE HACER ANTES DE MORIR

1. Decir a mis hijas que las quiero varias veces al día.
2. Encontrar otra esposa para Don que les guste a las niñas.
3. Grabar mensajes de cumpleaños para las niñas hasta
que cumplan los 18.
4. Ir juntos a Whalebay Beach y organizar un gran picnic.
5. Fumar y beber tanto como quiera.
6. Decir lo que pienso.
7. Hacer el amor con otros hombres para ver cómo es.
8. Lograr que alguien se enamore de mí.
9. Ir a ver a papá a la cárcel.
10. Ponerme uñas postizas (y hacer algo con mi pelo).

Esta necesidad férrea por cumplir estas experiencias resulta de un placer casi mórbido ¿qué haría yo en su lugar, sobreviviendo a mi futura muerte absolutamente solo y sin poder confiar en nadie, u ocultando ese gran mal que me corroe el cuerpo y absorviendo cada bocanada de aire como si me costara una millonada o en creces? Eso hará que cada milésima de experiencia, situación u objeto en particular valga, para el universo narrado, miles y miles de veces lo que vale en sí. Por ello es notoria una aplicación miniaturista por parte de la directora, lugares pequeños, personajes reducidos a espacios donde la intimación es más recóndita, más cercana, más calurosa y vivaz. Piénsese en el lugar donde viven Ann y su familia: una caravana en el jardín posterior de la casa de su madre; el auto donde tienen cita los encuentros amorosos entre Ann y Lee (un ávido lector de novelas); o la casa de éste que no posee ni un mueble por lo que deben hacerse pequeños asientos con montones de libros; incluso la pequeña mesa familiar donde Ann lucha por hacer comer a sus hijas (un elemento que me hizo recordar las mínimas mesas de restaurant en la filmografía de Wong Kar Wai), etecé… todo un mundo cargado de motivadores para el acercamiento y la intimación con los seres más allegados, pero en un entorno que acarrea el distanciamiento y el conflicto también.
En fin, quisiera expresar tanto más, pero la memoria se me hace un caos tratando de condensar tantas imágenes que cautivan y exponen, de modo sencillo, una visión, un modo de ver, si es que en el pecho te oprime el apremio de dos meses que están prontos a irse. Y es que si bien se van lentamente los días para Ann, el descubrimiento de una vida casi neutra y vuelta a descubrir suplanta acaso muchas experiencias pasadas que no tenían tanto valor si es que no son vistas con ojos de verdadero apego y necesidad a sentir lo que tienes y a sujetarlo con fuerza, que siempre habrá mucho que no podrás tener, y es tan difícil ceder a la idea de que deberemos dejarlo pasar pues es un hecho de que nunca seremos susceptibles a todo.
Una cinta recomendable en versión íntegra y con actuaciones espectaculares, tanto de Sara Polley como de la misma Leonor Watling (Hable con ella), o de la brazileña María de Medeiros (Henry y June) en el papel de una sensible y dubitativa peluquera. Un filme que, con la salvedad de muchos, incita en un lenguaje llano a las consideraciones más sencillas y reflexivas.

4 de febrero de 2009

Batalla láctea

XXI
El pájaro no necesita de tu boca
para que lo escuchen
no necesita de tus ojos
para estar
no necesita que aprecies su belleza
para ser bello.
El pájaro no canta para ti.
De Cuando él es adiós, Mairym Cruz-Bernal.

3 de febrero de 2009

(A Man After Midnight)

intenta recomponer tu creación tu mundo apagado tu criatura malsana