Otilia está muy enamorada de su novio, con el cual, a pesar de las discusiones y los apremios económicos, mantiene una comunicación parca pero cercana, comprendiéndolos el espectador como seres urgidos de sensaciones de seguridad, principalmente. Bucarest entra así por nuestros ojos como seguramente lo observaban sus ciudadanos hacia finales de los años ochentas: fria, impenetrable, sin un ápice de seguridad para poder comunicarse sin temores. La represión de una política comunista dictatorial por concluir, implicaba igual el forcejeo con muchas oquedades dentro de la sociedad machista rumana. Esto pasa a verse en las duras bajezas que deberán soportar ambas compañeras para poder efectuar el aborto, así como también lo sufrirá Otilia en la cena de cumpleaños de la madre de su novio, junto con unos amigos de la familia que aún rozan y versan una retahíla de discuros paternalistas sobrevivientes en la Europa desgastada por la Guerra Fria.
El nulo acceso a métodos anticonceptivos; la vulnerabilidad de la mujer; el machismo y la reticente intolerancia; la efervecente prohibición y la necesidad de los ruinosos mercados ilegales; el déficit que sólo genera más explotación, y por ende más ilegalidad... toda una gama de tópicos actuales sumados a escenas escabrosas en las que el pellejo de los personajes se nos traslada y tensa gracias a silencios que no hacen más que trasmitirnos en cucharadas amargas la universalidad que envuelve a estos marginales seres que aún no hallan solución a su conflictivo y amordazado pesar.
Es una sensación palpitante y desenfrenada ésta de observar a Otilia con el mismo gesto de miedo y con mirada cautelosa midiendo cada paso con bocanadas heladas por las calles, mientras evita la persecución, o la cárcel en el peor de los casos, con el afán de ayudar a Gabita, evitar caer en el mismo orden de géneros con su novio, y empezar a sobrevivir con el secreto de una vida interrumpida y arrojada a un basurero, pero que quizás encontraría peor interrupción tras nueve meses en proceso: la de la libertad y la de la propia decisión. Observa por la ventana con desahogo o tal vez con rencor para, finalmente, esperar a que haya mar claro y abierto. Y así, poder decidir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario