11 de enero de 2009

Un oscuro mar de temores

El encontrar a Gabita y a Juno unidas en algunas fotos editadas de internet no sorprende. Y es que es notorio que estos dos personajes comparten una analogía dentro de los filmes que en el pasado 2008 han generado controversia y espectación en filmotecas, cines y, sobretodo, entre los jurados internacionales. Temas como la condición de la mujer o la decisión de interrumpir un embarazo quedan palpables en este último título que llegó a mis manos: 4 meses, 3 semanas, 2 días, película realista y de recursos muy precisos gracias a la astucia fílmica del rumano Cristian Mungiu.
La historia se basa en un conflicto polémico a esta alturas, y que nos conduce a un acercamiento naturalista de los sucesos por el cual reconocemos el espacio descrito y las dificultades de un medio en el cual enfrentarse a la sociedad resulta una decisión más compleja de lo que se cree. Es tal la visión poco distanciada que nos ofrece el relato, acaso urbano acaso mórbido, que en principio no hallamos la manera de definir el protagonismo en alguna de las dos señoritas que invaden la primera escena de la película, Otilia y Gabita. El vínculo, el reflejo en la condición de ignorancia y soledad, y más aún el temor a las consecuencias en todo momento, las hacen dos síntomas definitorios de una misma patología, dos lados complementarios de una moneda ambigua. De tal manera intenta mostrar Mungiu el valor de la amistad. Las dos estudiantes en actos sincronizados relegan nuestra primeriza y desubicada mirada en un evento sin requerimientos ni previsión: la cotidiana luz invernal ingresando por la ventana que nos hace avizorar los preparativos de algo que, en primera instancia, supone un ejercicio inentendible e intrascendente.


Otilia está muy enamorada de su novio, con el cual, a pesar de las discusiones y los apremios económicos, mantiene una comunicación parca pero cercana, comprendiéndolos el espectador como seres urgidos de sensaciones de seguridad, principalmente. Bucarest entra así por nuestros ojos como seguramente lo observaban sus ciudadanos hacia finales de los años ochentas: fria, impenetrable, sin un ápice de seguridad para poder comunicarse sin temores. La represión de una política comunista dictatorial por concluir, implicaba igual el forcejeo con muchas oquedades dentro de la sociedad machista rumana. Esto pasa a verse en las duras bajezas que deberán soportar ambas compañeras para poder efectuar el aborto, así como también lo sufrirá Otilia en la cena de cumpleaños de la madre de su novio, junto con unos amigos de la familia que aún rozan y versan una retahíla de discuros paternalistas sobrevivientes en la Europa desgastada por la Guerra Fria.

El nulo acceso a métodos anticonceptivos; la vulnerabilidad de la mujer; el machismo y la reticente intolerancia; la efervecente prohibición y la necesidad de los ruinosos mercados ilegales; el déficit que sólo genera más explotación, y por ende más ilegalidad... toda una gama de tópicos actuales sumados a escenas escabrosas en las que el pellejo de los personajes se nos traslada y tensa gracias a silencios que no hacen más que trasmitirnos en cucharadas amargas la universalidad que envuelve a estos marginales seres que aún no hallan solución a su conflictivo y amordazado pesar.

Es una sensación palpitante y desenfrenada ésta de observar a Otilia con el mismo gesto de miedo y con mirada cautelosa midiendo cada paso con bocanadas heladas por las calles, mientras evita la persecución, o la cárcel en el peor de los casos, con el afán de ayudar a Gabita, evitar caer en el mismo orden de géneros con su novio, y empezar a sobrevivir con el secreto de una vida interrumpida y arrojada a un basurero, pero que quizás encontraría peor interrupción tras nueve meses en proceso: la de la libertad y la de la propia decisión. Observa por la ventana con desahogo o tal vez con rencor para, finalmente, esperar a que haya mar claro y abierto. Y así, poder decidir.

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