25 de marzo de 2009

Un abismo, una puerta sin abrir

Hablar de películas como ésta es algo ciertamente delicado. Hablar de la trascendencia del hombre y los mitos que envuelven el fenómeno histórico puede resultar, a fin de cuentas, un acto poético quizás forzado. Si tengo que describir una creencia aún latente sobre la permanencia del espíritu y de las ciencias de lo paranormal (parapsicologías) debo sentir ciertos temores de dar una apreciación incompleta sobre lo dicho. Y se trata obviamente de la mezcla de sensaciones más que de certidumbres con que me doy de frente al ver por segunda vez este filme de Julio Médem. Caótica Ana es, de por sí, un filme paranormal; una alucinación vehemente por radicalizar la visión relativa de lo vivido, o de lo recordado. Una complicación simultánea donde sólo una senda tenue irá aclarándose hasta hacernos llegar a los teoremas que tendrá que resolver por su cuenta el personaje principal: una mujer en un caos de deberes y papeles extraños que no logra comprender. Ahora bien, creo bastante accesible, eso sí, poder conocer estas sensaciones de lo oculto por medio del arte, que es en el filme un recurso que otorga síntomas y, más que nada, rastros envolventes para un espectador algo desconectado. El arte no es un simple puente para sobrellevar el caos, es más bien un sin fin de puertas para adentrarse en él.

En el filme, Ana es una joven artista que se alberga junto a su padre en una cueva en los riscos de una playa de Ibiza. A ella llega un día Justine, una mecenas que gusta de las pinturas de Ana, y que le propone viajar a Madrid en donde podrá realizar estudios de Arte en su residencia para jóvenes artistas. Allí compartirá un piso con Linda, otra joven talento aficionada al video arte y otro artista plástico como ella, Saíd. Será por éste último que generará un torrente de significativas emociones; éste será el primer hombre del que se enamore y el que, con cuya llegada, abrirá una puerta de recuerdos y de memorias quizás ajenas.

Ana, desde esta experiencia emocional nueva, no percibirá desde ya las visiones que la envolverán en adelante; su obsesión seguirá siendo Saíd, incluso cuando éste se marche de su lado al descubrir que Ana guarda una conexión sobre el país conflictivo del África del que él proviene. Médem, así de pronto, juega con las casualidades y los órdenes de los visto para enfatizarnos el caos del que hace honor su personaje. Ana ya se muestra caótica desde que abandona a su padre, desde que invade esta ciudad ajena, notando de su distancia de lo que desconoce no es más que un pre-impacto del desconcierto por lo no-visto. Ana hace del racconto la herramienta central para superar el desconocimiento de lo que la desdobla y la ausenta de sí a la vez. Ana es el cascarón donde se albergan desde seres imbricados por la necesidad de permanencia hasta aquellos abstraídos por el anhelo de la huida extemporal.

Anglo, un joven especialista, será entonces el que la ayude a perder el temor a abrir estas insopechadas puertas que cada vez se hacen más y más numerosas. Ana se descubre en la inmensidad de lo sublime, sea triste el pasado, doloroso o encarnizado, reuniendo las cenizas de algo material que en vida fue también la esencia para una mujer fiel a su compromiso con el mundo que deseó ver construido para sí. "Ana -como la describe el propio Médem- contiene un oscuro paisaje de fondo, que teme. Y no es para menos, ya que la caravana humana que circula por sus entrañas, de vidas que aún palpitan, de jóvenes mujeres muertas aún deseosas de engendrar un campo infinito de niños que serán hombres buenos, encarriló de primeros vagones hace dos mil años."

Estas caravanas de féminas siempre estuvieron ahí, engendrando, deseando conservar la dicha afín de ser las madres de hombres buenos, todos los hombres buenos que tal vez no serían los leales bastiones que conserven la tierra limpia de sangre o excrementos. Indispensable ver con atención la primera escena de la película, con la venganza del halcón sobre la alondra.


Ana desconoce si es que en algún momento fue todas las mujeres que conoce por medio de la hipnosis, o que probablemente a través de tal método puede establecer contacto con ellas, como una parte de sus recuerdos. Ana se teme a sí misma, porque el vacío interno y las explosiones que el mundo conflictivo le otorgan la sumen en un río de colores fúnebres, en una canasta que nunca sabrá quién dejo andar por las negras aguas de lo ignorado. Ana vivió hasta grande olvidando el seno materno y aferrándose a un hombre sabio, y por ello nunca odiará a los hombres, pese a que con cada rastro del pasado, con miles de años de antigüedad, tendrá razones para odiarlos, y mucho.

Médem hace de la puerta colorida e inocente, pero igual misteriosa y aterradora, el símbolo exacto de lo que el tiempo engendra en el ser humano (consciente o inconsciente). Ana lo afirma en su soledad: "Están llamando a la puerta, y él la va a abrir por mí", escribe a su padre.

En el apartado visual es notorio un trabajo pulcro en relación al montaje, desde las visiones animadas en las pinturas de Ana (que de hecho pertenecieron a la ya fallecida hermana del director, Ana Médem) pasando por las distintas propuestas que se aprecian en las exposiciones de la residencia de estudiantes: una sumatoria de trabajos ordenados y compatibilizados con el tema, pintura, performance, video arte, etecé. Desde tal punto, Médem lo logró. El guión, a mi consideración, fue decayendo ante la presión de unificar una historia demasiado impactante a una idea tan compleja por tratar. El excesivo barroquismo conceptual se hizo sentir también. Demasiada substancia que no es rápidamente digerible.

Llevado por la corriente ensayística, debo admitir a esta como una película inteligente, estructurada a su vez estratégicamente (de 10 a 0 como en la hipnosis, claro está), con un debut protagónico bastante bueno y que, en la medidad de la saciabilidad, congela (si el término es aceptable) por la condensación de un tema tan revolucionario y tenaz mostrando así las pétreas y cavernosas puertas del subconsciente, considerando además el tratamiento de la trasecendecia de la vida en función al desarrollo del arte último. Con una secuencia lógica difícil y enrevesada en sus circunstancias, no podría otorgársele un adjetivo grandilocuente al director, pero su valor estético y conceptual está en camino a lo hace ya mucho esperado.

[Nota] Las citas mostradas en el texto han sido extraídas de la película y de la publicación virtual que hiciera el director, los Binomios, el que puedes revisar haciendo clic. La película está disponible completa para ser vista en línea aquí. Si después de haberla visto te atrajo el material artístico mostrado, puedes echar un vistazo a CaóticaAnaArte, un sitio destinado a dar a conocer a los artistas implicados en el montaje.

4 comentarios:

Gabriel dijo...

Hola Gustavo Sfumato, como debes saberlo, no hay trascendencia que no este relacionada directa o indirectamente con algún mito.

Caos y ocaso, es real con el encuentro pictórico-visual y luego sexual.

Le das una no tan buena calificación, es cierto, esas imágenes dan una cercana visión y entendimiento de lo que es, de lo que se es.

Las imágenes dan sentido a lo que se es.

Rosa Elisa Chávez Yacila dijo...

Tenemos que hablar seriamente, tenemos que intercambiar las figuritas de nuestros álbumes (yala, nola), tenemos.

Gabriela Luisa Javier Caballero dijo...

por qué cada vez que entro a tu blog y encuentro tus críticas de cine se me cae la baba??

Gustavo Ochoa Morán dijo...

Es que el arte es un caramelo muy pero muy dulce. Hasta picante a veces.